LA GESTA
La actividad de Cnel. Juan Domingo Perón era múltiple: Vicepresidente de la Nación, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión y él desempeñaba esos cargos con total dedicación.
Pero sobre todo desde la Secretaría de Trabajo y Previsión se fue ganando la confianza de los trabajadores por medio de medidas que eran inusuales en nuestro país, logró el aumento salarial y planeaba los tribunales de Justicia Laboral, el pago de vacaciones y un sueldo extra, el aguinaldo.
El sindicalismo argentino había estado manejado originalmente por anarquistas, socialistas y comunistas pero no habían logrado concretar lo que solían declamar. Y créase o no el Coronel iba tornándose un personaje popular que agregaba a los cambios laborales su creciente carisma, sobre todo después de sus acciones en pro de los damnificados luego del terremoto de San Juan en enero de 1944.
El General Ávalos le pidió al Presidente Farrell el 8 de octubre de 1945 que destituyese a Perón. Perón fue detenido y llevado a la Isla Martín García.
Enterados los trabajadores y estimulados por gente como Cipriano Reyes y como la misma Eva Perón, en las primeras horas de ese 17 de octubre empezaron a abandonar sus fábricas, sus talleres, los comercios y se fueron abalanzando sobre la Plaza de Mayo.
Con banderas, pancartas, sudorosos y exultantes venían desde todos los suburbios del Gran Buenos Aires atravesando el puente del Riachuelo?
Venían de las usinas de Puerto Nuevo, los talleres de Chacarita, de las acerías, de las fundiciones, de los frigoríficos, de las manufacteras?
Venía con trajes, en mangas de camisa, en mameluco, con zapatos, con alpargatas, con zapatillas?
Venían caminando, en camiones, en colectivos a reclamar la vuelta de Perón al grito de
«Yo te daré? te daré Patria hermosa? te daré una cosa? una cosa que empieza con P: ¡¡¡Perón!!!» o simplemente: «¡¡Perón? Perón!!!»
La gente llegaba cansada a la Plaza, con los pies ampollados que mojaría en la fuente, de ahí la frase: «con las patas en las fuentes».
Estaba cansada pero exultante y decidida a quedarse allí hasta que el Coronel se presentase en la Plaza.
Ante esta situación que parecía incontrolable, el gobierno trasladó a Perón al Hospital Militar.
Pero la gente no se iba, esperaba, hambrienta, sedienta? y casi afónica? pero seguía con su exigencia: «¡Perón? Perón!»
Finalmente Perón fue llevado y apareció en el balcón de la Casa Rosada y, entre cánticos y gritos, en medio del delirio de la multitud que lo aclamaba, habló:
«Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria. Es el mismo pueblo que en esta histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo, grandioso en sentimiento y en número.
Esta verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha, ahora también, para pedir a sus funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero pueblo.»
PERÓN REMEMORA ASÍ ESTA GESTA
«El 9 de octubre fui obligado a renunciar el Ministerio; querían que dejase el Ministerio del Trabajo por el de Guerra, pero yo me negué y preferí salir de las filas del Ejército y volver a la vida civil.
Comenzó desde entonces mi odisea política que duró diez años y de la cual, el exilio en Colón es solamente una etapa, no la conclusión.
Creía poderme dedicar pacíficamente a la organización del nuevo partido, pero me equivoqué. Fui arrestado a consecuencia de una manifestación popular protagonizada por los obreros cuando supieron mi dimisión y se me envió en confinamiento a la isla de Martín García.
En Buenos Aires, Eva Duarte trabajaba por mí. Tomó la dirección del movimiento, lo llevó hasta las localidades más lejanas del país y muy en breve puso una carga explosiva en el alma de la Nación.
Tampoco ella tuvo días tranquilos; llamada a la Secretaría de la Presidencia fue invitada a no ocuparse de política y a volver a su trabajo en el teatro.
En respuesta, Eva llevó a nuestra gente a las plazas y el 17 de octubre se puso a la cabeza de los «descamisados» que en la Plaza de Mayo amenazaron incendiar la ciudad si no se me ponía inmediatamente en libertad. Frente a tanta furia y tanta decisión, el gobierno me volvió a llamar del confinamiento en Martín García y me invitó a hablar a la multitud que vivaqueaba en la plaza ante la Casa Rosada.
Era gente venida de todas las provincias, que había caminado a pie kilómetros y kilómetros, insensible al hambre y las molestias del camino, decidida a todo, con tal de salir de un estado de miseria y servidumbre en el que se arrastraba desde generaciones.
Las mujeres se habían llevado consigo hasta los hijos; los hombres habían abandonado los campos y los muchachos habían seguido a sus padres en aquella marcha que podía convertirse en el primer acto de una cruel guerra civil.
Hablé desde una ventana de la casa de gobierno; invité a la multitud a volver a su trabajo y mis palabras tuvieron el poder de serenar los ánimos agitados y enardecidos.
Yo estaba finalmente libre. Eva había vuelto a trabajar conmigo con más espíritu y mayor pasión. En lo sucesivo pensábamos con el mismo cerebro, sentíamos con el mismo corazón.
Era natural por tanto que en tanta comunión de ideas y de sentimientos naciese aquel afecto que nos llevó al matrimonio.»